Romántico. Tardío, pero romántico. Junto a Rosalía de Castro, Gustavo Adolfo Bécquer es una de las figuras representativas del tímido romanticismo español.
Doblemente tardío, ya que su obra aparece en las postrimerías del movimiento, y la gloria –esa ninfa de suertes, como diría premonitorio Julio Flórez– le alcanzó ya en la tumba. Aún con todo, la poesía becqueriana supone un punto de partida para el simbolismo y una influencia determinante en el modernismo. Siendo estos últimos movimientos posteriores al romanticismo, me pregunto si en realidad era tardío y no tal vez una víctima de la atemporalidad de su obra.
El desdén por los vocablos altisonantes y la rimbombancia, la ausencia casi total de figuras retóricas, y el amor desengañado –tal vez el desengaño enamorado–, son algunos de los rasgos más representativos de la obra de Bécquer, que en oposición a la poesía adornada, ostentosa y alambicada de la época, ofrece una poesía breve y sencilla, casi desnuda. La poesía de Bécquer no es el cliché de los amores colegiales; es la forma libre del verso que estrecha puramente fondo y forma. De su obra Rimas rescato, para propósito de este texto, el verso XXXII:
Pasaba arrolladora en su hermosura
Y el paso le dejé,
Ni aun a mirarla me volví, y no obstante,
Algo en mi oído murmuró: “Esa es”.
¿Quién reunió la tarde a la mañana?
Lo ignoro; sólo sé
Que en una breve noche de verano
Se unieron los crepúsculos y… fue.
El término “becqueriano”, podríamos decirlo, se construye a partir de estos pilares: el amor y desamor, la sencillez de los versos, el angosto pasaje entre idea y forma. Lo becqueriano va a influir en un sinnúmero de facetas del arte y la cultura popular que por supuesto, no se restringen a lo literario –aunque el vallenato, debe decirse, tiene muchísimo de literario–.
El primer juglar vallenato que refirió a Bécquer fue, casualmente, un homónimo: Adolfo Pacheco. El compositor de La hamaca grande cuenta que en su niñez, su aspiración era ser poeta. De la mano de la poesía romántica halló gozo en los versos de Bécquer, y se encontró con los versos de Machado, Lope de Vega, Quevedo, y de este lado del océano, a Rubén Darío, Marroquín y José Asunción Silva. Pacheco pone en claro que su música es romántica por la influencia temprana que recibió de la poesía. No obstante, lo becqueriano en las composiciones de Pacheco no es tan evidente como en la obra de algunos de sus pares. Rosendo Romero –ese que escribe versos, repletos de verano, estando en primavera–, refleja más contundentemente un aire becqueriano en varias de sus composiciones. De Noches sin luceros:
Quiero morirme como mueren los inviernos
Bajo el silencio de una noche veraniega
Quiero morirme como se muere mi pueblo
Serenamente sin quejarme de esta pena
Quiero el sepulcro de una noche sin luceros
Luego resucitar para una luna parrandera
En la voz de Silvio Brito alcanzó la fama el tema En carne propia, composición de Luis Aniceto Egurrola. Su tono becqueriano, inconfundible, expresa el desamor con sencillez y belleza. Como diría Gracián, “lo bueno si breve, dos veces bueno”:
Dile a quien te pregunte mi pasado
Que llené tus caminos de ternura
E inventé primaveras en verano
Para verte feliz bajo la luna
La primera denominación que recibió el aire becqueriano del vallenato, fue la de “vallenato lírico”. Gustavo Gutiérrez –canta, en Valledupar, cuando sale el sol–, es el primer nombre que referencia este subgénero. Como prueba poco sutil, el nombre de su primer álbum: El vallenato romántico. Entre sus composiciones más nombradas, la celebérrima Sin medir distancias, que interpretada en la voz de El Cacique de la Junta, ha logrado trascender todas las fronteras. Aquí, otro maravilloso ejemplo, Camino Largo:
Miraré hacia el cielo y entre las montañas
Volarán mis pensamientos muy lejos de aquí
Con paso muy firme buscando un camino
Donde pueda detenerme al olvidarte a ti
Bajo un nuevo cielo sembrar nueva vida
Una de esperanza donde pueda ser feliz
De los precursores a los máximos exponentes. Sin duda, un compositor que en la historia del vallenato es de inmensa relevancia, es Romualdo Brito. Sus composiciones, versátiles, abordan tanto el corte narrativo, como el introspectivo y el lírico. En Mi presidio, las descripciones poéticas son de inmensa belleza y naturalidad, a la vez que no abandona la sencillez, la desnudez del verso. Lo becqueriano en su más pura esencia:
Te vi partir
Y el amor en mi silencio se hizo llanto
Vi juguetear
Sobre tu espalda haciendo ola tus cabellos.
Fija mirada
En la distancia yo iba siguiendo tus pasos
Vi diluir
En tus pupilas empañadas mi embeleso.
Por supuesto no son, ni mucho menos, los acá mencionados los únicos representantes de este subgénero tan nutrido como polémico. De ninguna manera podemos soslayar nombres de la talla de Calixto Ochoa, Náfer Durán, Marciano Martínez, entre otros grandes. De hecho, a partir de la influencia de Gustavo Gutiérrez se popularizó el corte romántico en el vallenato a tal punto que, tras ávidas controversias, se constituyó como el quinto aire del vallenato, y pasó a denominarse romanza vallenata. Su temática se opone a la naturaleza narrativa y descriptiva del vallenato-vallenato y el vallenato bajero, y se encuentra más estrechamente relacionada con la escuela del vallenato sabanero, salpicada desde la melodía por las notas melancólicas.
Para finalizar, una coyuntura importante: La canción De rodillas de Octavio Daza, cuyos versos evocan de forma casi exacta el poema de Bécquer Amor eterno, al punto que se le acusó de plagio.
Me pregunto si a Bécquer le hubiera gustado el vallenato. Me gusta pensar que sí.
Nacho Garnica (@_nachodeloyola)
Colombia
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